Crítica: Caballo de guerra
Sin lugar para los cínicos
"Caballo de guerra" existe en un tiempo distinto, un tiempo cinematográfico perdido. Es que, a diferencia de otras películas que evocan o retrotraen a través de ciertos guiños, a otras épocas, a otras formas de hacer y ver el cine, Spielberg directamente hace una película de otro tiempo.
La sensibilidad del director, el melodrama, la manipulación sutil (y no tanto), están a la orden del día, para una película que no homenajea un cine que ya no se hace, sino que es parte viva del mismo.
Porque "Caballo de guerra" es una película que podría encajar perfectamente en otras décadas pasadas (60s, tal vez, quizás incluso antes de eso), con absolutamente cero cinismo, cero mirada canchera al pasado. Con cara totalmente seria se nos presenta un melodrama claro, casi sin villanos, en el que la amistad entre el muchacho y su caballo es pura y perfecta.
El director recurre, entonces, a un arsenal de imágenes maravillosas (impresionante la fotografía de Janusz Kaminski), de tomas prolongadas, de música quizás hasta demasiado intrusiva, pero por momentos sublime y perfecta.
Si bien le resulta una tarea complicada sortear algunos escollos derivados de la naturaleza episódica del relato (el segundo acto es un poco largo), cuando necesita emocionar, emociona, y esa conexión es tan genuina, tan simple y directa, que se vuelve innegable.
Hay una crítica implícita a la guerra (la 1ª Guerra Mundial, una guerra tan absurda, que el film ni siquiera se molesta en tratar de explicar), que tiene un momento culminante en una escena de dos soldados de bandos opuestos, y un caballo atrapado.
Cada detalle, cada imagen, cada nota de la banda sonora, puesta a disposición de la emoción, de la conexión.
El reparto cumple un muy buen trabajo, con una gran tarea de Jeremy Irvine (el protagonista humano) y momentos muy altos como el del abuelo francés y su absolutamente encantadora nieta.
La única decisión desafortunada que destaco, es la de hacer que todos sus personajes hablen inglés, diferenciándolos por el acento. Aun así, eso se entiende en el sentido de respetar las convenciones de películas de antaño.
Spielberg decide mostrarnos humanidad a través de un caballo. Nos cuenta, una vez más, una historia de padres separados de hijos (metafóricos), y se manda un alegato contra la guerra, sin dejar de destacar que, más allá de los conflictos, somos todos humanos.
¿Qué más se le puede pedir? Creo que los aplausos, que escuché por primera vez en mucho tiempo, al final de una película, dicen que nada más.
[**** / *****]
Comentarios
Ojalá siga bastante tiempo en cartel, para darme tiempo a reponerme de la crisis económica de febrero. (Y que también sigan J. Edgar, y La dama de hierro, y Tan fuerte, tan cerca, y...)