Crítica: Boyhood
El cine nos enseñó que en la vida importan las primeras veces, los pasos importantes e históricos, los "momentos que nos definen". Y la realidad es que no es así.
Richard Linklater armó una película a través de 12 años de filmación (una semana por año), que patea el tablero y nos dice que somos seres en movimiento, que no hay "un momento" que nos haga quienes somos, que la vida es el transcurrir.
"Boyhood", en ese sentido, es un hallazgo por lo que cuenta y por lo que no. El cine no es sólo lo que la cámara muestra, es también lo que omite, lo que da por supuesto, lo que permite descubrir. Porque en el mundo que se crea, sus personajes conviven durante años, de los que vemos apenas unos instantes. No todo se concentra en mojones.
Linklater nos invita a ir descubriendo la vida de Mason (un muy buen Ellar Coltrane desde los 6 a los 18 - 19) junto con él. Y lo que podía en los papeles sonar a artificio, se vuelve arma narrativa indispensable.
"Boyhood" solo puede existir por cómo se filmó. Esa forma absolutamente antinatural de hacer cine, se vuelve la única posible, la más natural de contar esa historia que va tomando su propia forma.
El director descubre la película mientras nosotros descubrimos a los personajes y éstos descubren las personas que son y serán.
Las actuaciones son todas muy buenas, y especial mención se debe llevar Patricia Arquette, matriarca de la familia, que carga con gran parte del peso dramático de la cinta.
La música elegida en su momento, los detalles, la ambientación, todo contribuye a armar una película sólida y en movimiento (temporal).
Mientras Nolan se perdía armando explicaciones del espacio-tiempo y presentando en monólogos rimbombantes el tema del amor (y sobre todo el filial), Linklater armó una película en la que no necesita que pase casi nada, no necesita explicar, para decirnos todo lo que tenemos que saber acerca del tiempo, de la familia y de la búsqueda de saber quiénes somos.
Aplausos.
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