Herencia

Empujó la puerta con todas sus fuerzas hasta que cedió. No mucho, pero lo suficiente para permitirle la entrada. "Y a nadie más", parecía decirle la casa.

Dio unos pasos, y por un instante creyó que alguien le seguía. Al darse vuelta comprendió que era el eco de sus propios pasos.

El vestíbulo era enorme, imponente, más allá de todo lo que hubiera imaginado, más allá de los sueños desvelados nacidos en los cuentos de su padre.

Pero la magnificencia y la decadencia estaban en una pugna constante.

La casa (y la palabra parecía insuficiente para describirla) era tan deslumbrante como ruinosa. Las viejas arañas colgadas del techo ostentaban una opulencia que chocaba con las grietas de las paredes, cicatrices de guerra que lloraban abandono. 

Los rayos de sol, que entraban oblicuos, abriéndose paso por entre lo que quedaba de las cortinas y el polvo de los ventanales, parecían no decidirse tampoco por cuál historia contar. Allí caía uno, destacando la belleza de una escultura inmutable al paso de los años. Allí caía otro, cuya luz perdía su encanto al revelar las grietas, la ruina.

En ese lugar comprendió que podía tanto maravillarse como llenarse de infinita tristeza al mismo tiempo.

Ese era el final de su búsqueda. Allí estaba su herencia. Maldita. Convertida en nada. No, menos aun que nada, porque antes había sido todo.

Le temblaron las piernas y se sentó al pie de la escalera a llorar. Y lloró. Lloró hasta que no tuvo más lágrimas, hasta que el dolor en el pecho se hizo casi insoportable.

Se incorporó, finalmente comprendiendo lo que debía hacer.

Subió uno a uno los escalones, lentamente, pero sin dudar.

Cuando llegó al segundo piso, tal como preveía, tal como siempre lo supo, el piso crujió a sus pies.

Y finalmente, en un abrazo, se derrumbaron.

Comentarios

andal13 dijo…
Volviste con todo.

Gracias.

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