370
Allí estaba ella otra vez. Pelo color castaño claro, que le recordaba la miel. Ojos en el mismo tono. Su piel blanca, dorada por el sol del verano que ya terminaba.
Usaba una musculosa blanca, que permitía ver las marcas de la malla que usó en el verano, vaya a saber uno dónde (él creía que era más probable Maldonado que Rocha, pero era sólo un presentimiento). Sus curvas eran perfectas (todas y cada una de las veces, había tratado, infructuosamente, de no quedarse observándola).
Debajo, un jean ajustado, que permitía intuir unas piernas en las que valía la pena perderse.
Sus miradas se cruzaron. No fue que ella lo mirara sostenidamente, ni mucho menos, pero se cruzaron, y fue suficiente para que su corazón se sobresaltara.
Quizás ella lo había reconocido. Después de todo, durante casi un mes ya (cuando él comenzó en su nuevo trabajo), ambos venían compartiendo el viaje en el 370.
Sí, éste iba a ser un día diferente. Le había dado vueltas todo el fin de semana; ese día iba, por fin, a terminar de juntar coraje.
Esta vez, el asiento al lado del de ella estaba vacío, tal como deseaba. Igualmente, él sintió pánico y buscó con la mirada otro lugar. "No.", pensó. "Si elijo otro lugar va a pensar que no me quiero sentar con ella.". Por otro lado, si elegía sentarse a su lado, habiendo otros asientos disponibles, temía quedar como un baboso.
En definitiva, por suerte, no había más de dos posibilidades. La primera era al lado de la chica de sus sueños, la chica en la que no había dejado de pensar en semanas, que era material de sus fantasías románticas y no tan románticas (si se entiende).
La segunda era sentarse al lado de un veterano de boina, con toda la pinta de jubilado; un no frecuente de ese horario en el 370. Al menos, nunca antes lo había notado.
El veterano tosió. Era una tos de esas que suenan a poco saludables, a enfermedad. El joven suspiró aliviado para sus adentros. Ahora tenía una excusa perfectamente plausible para sentarse junto a ella. Una vez allí, era sólo cuestión de iniciar conversación, y que las cosas fluyeran.
Ya avanzaba rumbo a la mitad del ómnibus. Entre donde estaba y la fila de su amor imposible, sólo dos asientos más.
Usaba una musculosa blanca, que permitía ver las marcas de la malla que usó en el verano, vaya a saber uno dónde (él creía que era más probable Maldonado que Rocha, pero era sólo un presentimiento). Sus curvas eran perfectas (todas y cada una de las veces, había tratado, infructuosamente, de no quedarse observándola).
Debajo, un jean ajustado, que permitía intuir unas piernas en las que valía la pena perderse.
Sus miradas se cruzaron. No fue que ella lo mirara sostenidamente, ni mucho menos, pero se cruzaron, y fue suficiente para que su corazón se sobresaltara.
Quizás ella lo había reconocido. Después de todo, durante casi un mes ya (cuando él comenzó en su nuevo trabajo), ambos venían compartiendo el viaje en el 370.
Sí, éste iba a ser un día diferente. Le había dado vueltas todo el fin de semana; ese día iba, por fin, a terminar de juntar coraje.
Esta vez, el asiento al lado del de ella estaba vacío, tal como deseaba. Igualmente, él sintió pánico y buscó con la mirada otro lugar. "No.", pensó. "Si elijo otro lugar va a pensar que no me quiero sentar con ella.". Por otro lado, si elegía sentarse a su lado, habiendo otros asientos disponibles, temía quedar como un baboso.
En definitiva, por suerte, no había más de dos posibilidades. La primera era al lado de la chica de sus sueños, la chica en la que no había dejado de pensar en semanas, que era material de sus fantasías románticas y no tan románticas (si se entiende).
La segunda era sentarse al lado de un veterano de boina, con toda la pinta de jubilado; un no frecuente de ese horario en el 370. Al menos, nunca antes lo había notado.
El veterano tosió. Era una tos de esas que suenan a poco saludables, a enfermedad. El joven suspiró aliviado para sus adentros. Ahora tenía una excusa perfectamente plausible para sentarse junto a ella. Una vez allí, era sólo cuestión de iniciar conversación, y que las cosas fluyeran.
Ya avanzaba rumbo a la mitad del ómnibus. Entre donde estaba y la fila de su amor imposible, sólo dos asientos más.
***
Al llegar al trabajo, se aplicó abundante alcohol en gel en las manos. Sólo deseaba para sus adentros, que el viejo (que no paró de toser encima suyo durante todo el camino) no lo hubiese contagiado de gripe A.
Comentarios
;-)
Me gustó pila
Muy bueno
Besotes
Pero si, soy yo, la fer de siempre.
Es totalmente ficción, sí.
Tan: :D es culpa tuya, en parte. Jaja.
Fer: tas segura que sos vos? ;)
Me alegro que te haya gustado. También es culpa tuya.
Besote.
Vicky: claramente... no.
Flor: :D me alegro pila!
El famoso subgénero del romance en el transporte público. Jajaja
Lo mejor para la próxima es que te mandes un buche de alcohol en gel y le prendas cartucho. ¿Por qué no la invitas al MC?
P.D.: No seas rencoroso Martín, ya sabés que si no le ponés una imagen a tus post, éstos se me escapan del blog-roll ;)
Hey! Es un cuento. La muchacha no existe, y no la puedo invitar al MC :(
Abrazo