Asimetrías

"Yo te conozco", me dijo, en un tono que tenía tanto de afirmación como de pregunta.

"¿Sí?", respondí, fingiendo no saber la respuesta.

En su rostro se dibujó una mueca de esfuerzo cognitivo. Trataba, seguramente, de poner mi rostro en otro contexto, en otras coordenadas espacio-temporales.

No podía imaginárselo, no podía saberlo. ¿Por qué habría de recordar algo que pasó tantos años atrás?

***

Ese verano había sido particularmente lluvioso, caprichoso, como si se burlara de quienes, por una vez en años, podíamos veranear en la casa del lago.

A mitad de esa quincena pasada por agua, apareció ella, y con ella vino el sol, y con ella allí, ya nada fue igual.

Supongo que hay una edad, un momento en el que el mundo de un niño empieza a ser invadido por sueños, por ansiedades y fantasías adolescentes, un momento en el que el sexo opuesto escala lugares en las preocupaciones y ocupaciones.

Y allí vino a caer, en esa mágica configuración de momento y lugar, justa, perfecta para ser inolvidable.

Esos primeros instantes de revolución hormonal, de sentir el latido de corazón con más fuerza cada vez que movía esa cabellera rubia... Tantos sentimientos, tantas sensaciones, tantos deseos ocultos.

Por supuesto que yo la recordaba. Para ella, quizás, yo era un rostro más de entre tantos que había visto alguna vez en su vida, apenas teniendo un dejo de familiaridad.

Claro, era yo quien había sufrido solo esa dulce agonía ("dulce" en retrospectiva, claro) de querer decirle sin poder, que estaba perdidamente enamorado (o tanto como alguien de esa edad pudiera estarlo), que no tenía escapatoria cuando me miraba con sus grandes ojos azules...

Tantas cosas que nunca supo. Tantas cosas que viví solo en ese verano, en ese balneario.

***

Me miró como diciéndome "No puedo recordar".

"¡Vaya uno a saber!", le dije, y me fui, una vez más, con mi secreto a cuestas.

Comentarios

andal13 dijo…
¡Qué hijo de...! Pero sí, claro, es lo que podía hacer.
Las agonías dulces son de exclusivo disfrute personal.

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