Crítica: Brooklyn
La de "Brooklyn" es una historia de dos amores, sí, pero no exactamente de los dos que los avances nos hacen suponer. Sí, Eilis se enamora de un chico ítalo-americano en Brooklyn, y éste cambia su vida. La fría New York se vuelve más cálida, más llena de esperanza y de promesas de futuro.
El otro amor, al volver, no es el de Jim (Domhnall Gleeson). El otro amor es el hogar, el pueblito de Irlanda que se presenta ante sus ojos al regreso de una forma totalmente distinta. Allí hay familia, ahora sí parece ofrecer un futuro. Ahora en Irlanda hay esperanzas.
Y allí subyace el meollo del asunto, entre el lugar nuevo con el amor nuevo o el hogar "verdadero", con las puertas abiertas.
"Brooklyn" es una historia de inmigrantes encontrando un nuevo hogar y encontrándose a sí mismos y a otros, una historia de identidad tan típica del siglo pasado y el actual.
Saoirse Ronan es perfecta. La suya es una actuación brillante. Eilis es perfectamente reconocible y cambia, muta frente a nuestros ojos y se convierte en una persona nueva sin perder su esencia.
El resto del elenco acompaña más que bien, con un gran destaque de Julie Walters, Jim Broadbent y Emory Cohen (a quien no tenía el gusto de conocer, pero hace un papel de Tony entrañable).
Visualmente "Brooklyn" está muy bien lograda, cambiando sombras invernales por luces de verano, pintando ambas costas del Atlántico con colores antagónicos y complementarios.
Quizás la mayor dificultad de la película sea que necesita de estirar la credibilidad al máximo para generar el conflicto necesario. Cuando una película presenta un problema que podría evitarse con sólo una línea de diálogo y no da razones claras por las cuales no se dice, queda todo pendiente de un hilo muy fino.
Afortunadamente, la gran actuación de Ronan logra disimular esa falencia.
Vale la pena.
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