El taller
Javier aseguró un par de piezas con cuidado en su lugar, y el tic-tac comenzó. Sonrió. Ahora estaba la parte más delicada, que era encontrar el punto justo para que la maquinaria quedara en perfecto funcionamiento. "Como nuevo", le había dicho el maestro, nada por debajo de eso era aceptable.
Aguzó el oído hasta que cada pequeño movimiento resonara con claridad en su cabeza. Allí estaba, ese pequeño movimiento disonante. Con cuidado tomó sus instrumentos y ajustó un poco una de las piezas. Ahora sí. Perfecto. Nada había pasado.
Con satisfacción, colocó el producto de su trabajo en una cajita, que fue a parar a la pila correspondiente.
No hacía mucho que estaba trabajando ahí, pero el maestro le había dicho que tenía habilidades naturales para leer dónde iba cada pieza, y para encontrar los desperfectos. Y ahora, que tenía las manos más entrenadas, llevaba un muy buen ritmo. Esto se notaba más en la comparación, ya que el maestro no se movía muy rápido, a pesar que, Javier no lo dudaba, podría haber hecho las reparaciones con los ojos vendados.
Pasaba que el maestro hacía las cosas con una gran solemnidad. Cada uno de los mecanismos que llegaban a ser reparados, era tratado por el maestro casi con reverencia, desde que era puesto en su mesa de trabajo, hasta que era dejado, con su correspondiente perfecto tic-tac, en la pila para ser devuelto a su legítimo dueño.
Javier tomó uno más. Había algo extraño, algo distinto, aquí...
*****
Pasaron tres horas. Javier ya no entendía qué hacer. Nunca le había pasado ésto. Conocía el procedimiento, y lo había seguido al pie de la letra. Varias veces. Pero aun así, no había conseguido que funcionara.
Por una puerta lateral, entró el maestro que lo miró a los ojos, con su mirada que parecía analizar todo y leer su rostro como si fuese un libro abierto.
"No logro hacerlo funcionar, maestro".
"Dejame mirarlo". Sólo unos segundos fueron necesarios para que el viejo supiera lo que pasaba. "Está bien, no hay nada que podamos hacer".
"¡¿Cómo?! ¿Está queriendo decir que no se puede arreglar?"
"Exactamente. No hay nada para hacer con éste".
"¡Pero... pero usted me dijo que siempre se pueden arreglar, que ninguno está tan roto como para que no se pueda hacer nada!".
Una sonrisa comprensiva apareció en el rostro del viejo sabio, que apoyó una mano sobre el hombro de su aprendiz. "Hace unos meses, cuando entraste, te dije que las piezas que recibimos siempre se pueden arreglar. Pero no era cierto. A veces, nos llega algo en lo que no podemos hacer nada. En ese momento te mentí, lo admito. Pero tenés que entender, Javier, que si lo hice, fue porque en ese entonces no estabas pronto. Si te lo decía, te hubieras ido, no hubieras seguido aquí, el sentimiento de fracaso hubiera sido demasiado grande de sobrellevar".
"Ahora ya has arreglado cientos, miles, y sabés lo que vale tu trabajo. Aun cuando cosas como ésta pasan, nuestro trabajo es demasiado importante como para darnos por vencidos".
Javier dudó, luchó consigo mismo, mientras sus ojos se humedecían, y luego de unos segundos, asintió con la cabeza. El viejo dio una palmadita en su hombro, guardó el objeto sin remedio y se llevó la caja consigo, al mostrador del frente.
Una vez allí, dirigió una mirada sobre su hombro a Javier, empezando a trabajar en otra pieza, pero ahora con un rostro distinto, ahora sí, con el grado de respeto correspondiente. Había entendido la seriedad del trabajo.
El maestro miró entre sus manos la cajita que contenía el corazón roto y suspiró. Había algunos casos en los que no existía nada que se pudiera hacer. Buscó en su libreta al remitente, para enviárselo nuevamente. "Lo siento" murmuró, mientras escribía la dirección sobre la caja.
Comentarios
Así nomás.
Nos leemos!
Redondito como champión de elefante :D
PD: La palabra de verificación que me pone ahí abajo es "dotor", perdón pero tenía que compartirlo.
P.D.: yo trato de no usar nunca mi título para presumir, pero no tengo control sobre el verificador de palabras. Jajaja :P