Octubre, 1992

Una menos cinco. Habían quedado a la una, sí, pero ella estaba ansiosa. Además, no quería que cuando él llegara, despertara a nadie. Todos dormían en la casa. Menos ella, claro, que había terminado de aprontarse para salir por primera vez con él.

Se sentó en el sofá del living a esperar, pero no pudo permanecer mucho tiempo así. Se paró, caminó un poco, y volvió a sentarse. Estaba inquieta, con las mariposas en el estómago y el nudo en la garganta. Ahora era la una. Ya era hora de escucharlo llegar.

Se preguntaba cómo sería la noche, si él sería romántico, si le diría cosas lindas. Se preguntaba cómo sería cuando por fin se besaran. Se preguntaba, además, cuándo llegaría.

Cinco minutos pasaban de la una. Era un tiempo perfectamente razonable, pero eso no la hacía sentir menos inquieta. Sus oídos detectaban, ahora, el más mínimo movimiento que ocurriese del otro lado de la puerta. El gato del vecino se paseaba en los tejados, el perro del otro vecino rascaba contra la cerca.

Una y diez. Ya se sentía físicamente incómoda. Quería ir a buscar un vaso con agua, pero temía alejarse demasiado de la puerta. Habían convenido que él no tocaría timbre, para no despertar a nadie, sino que golpearía la puerta.

Cuando era la una y cuarto, ella ya no sabía que hacer. Más de una vez se tuvo que detener, porque se sorprendió a sí misma a punto de comerse las uñas. No era el día para andar con las uñas mordidas por la vida.

Los minutos contenían mucho más de sesenta segundos cada uno, y los relojes de la casa, algunos de los cuales hasta ese momento ella ignoraba que funcionaran, parecían repiquetear estruendosamente, y retumbar en su cabeza.

Empezó a sentir que todo iba a terminar mal, cuando eran más o menos la una y media. Quizás él no fuera a venir. Lo que antes era ansiedad, ahora recibía el agregado de la incertidumbre.

Quería desesperadamente que él viniera, pero estaba malhumorada. Se dijo a sí misma que, cuando él llegara, le iba a hacer sufrir por la espera. En el fondo, sabía que se estaba mintiendo, que su llegada aplacaría todos esos males.

Dos menos veinte empezó a sentir angustia. Sus ilusiones se derrumbaban. ¿Y si en serio no aparecía? ¿Y si todo había sido una ilusión?

A las dos menos diez, apagó la luz de la lámpara de mesa y se fue, las lágrimas rodándole por las mejillas, al fondo, a su dormitorio, a tratar de olvidarse de todo.

***

Una menos cinco. Habían quedado a la una, pero él estaba ansioso por verla. Sabía que no correspondía llegar antes de hora, hay cosas que la etiqueta no permite, por lo que estacionó el auto frente al patio de la casa de ella, y se dispuso a esperar. "Cinco minutos", se dijo. No, diez era mejor, porque las mujeres siempre demoran un poco.

Sentado adentro del auto, prendió por un momento la radio. La apagó. Le molestaba. Estaba inquieto. Se miró en el espejo retrovisor y no se vio por la falta de luz. Prendió la luz interior del auto. Se miró otra vez. Estaba prolijo. El reloj del auto marcaba la una en punto. Quería esperar un poquito más, pero le costaba enormemente.

Trató de repasar mentalmente los planes para esa noche, a modo de hacer tiempo, pero se sentía encerrado, le faltaba el aire allí dentro. La ansiedad lo estaba matando.

Salió del auto cuando no era ni siquiera la una y cinco. Caminó lentamente hacia la puerta de la casa. Se detuvo frente a ella y golpeó.

Nada.

¿Cuánto había pasado? ¿Cinco segundos? ¿Diez? Era difícil saberlo, cuando cada uno parecía una eternidad. Trataba de racionalizar y no apresurarse.

Cuando se convenció que no podía demorar tanto, golpeó una vez más, un poco más fuerte. Ahora estaba en el límite. Sabía que más fuerte era inadecuado para la hora.

Nada otra vez.

Imaginó que ella no estaría pronta. Quien dice a la una, dice en realidad más de la una. Al menos en este país. Era la una y cinco recién. No, mentira. Pasaban ya ocho minutos de la una. Decidió esperar un poco más antes de golpear nuevamente.

Se sentó en uno de los escalones delante de la puerta. Sonrió nerviosamente al pensar en qué pasaría si alguien lo viera allí a esa hora. Una actitud hasta sospechosa, podría decirse.

Pasando la una y diez, decidió, una vez más, golpear la puerta. Otra vez no pasó nada. Acercó su oreja a la madera, pero no logró escuchar sonido alguno proveniente del interior de la casa.

Trató de no ponerse más nervioso y buscar alguna salida que no implicara tirar abajo la puerta. Golpear cada tanto. Esa parecía una idea razonable. Así, cuando ella llegara a la puerta del frente, sabría que él estaba allí, esperándola.

Pasaron los minutos y él se resistía a mirar más el reloj. Juraría que eran ya las 5 de la mañana, aunque sabía que ese era el tiempo en su cabeza, nomás.

Una y veinticinco. Sucumbió a la tentación de mirar el reloj. Por un lado trató de racionalizar, de justificar esos veinticinco minutos como un tiempo razonable. Por el otro, era ya un manojo de nervios. Hasta frío sentía, cuando hacía más de veinte grados allí afuera.

No era capaz de llevar una cuenta de cuántas veces había golpeado esa puerta. Cambió varias veces de mano, porque, aunque no lo hacía con fuerza, le dolían los dedos por la repetición.

Tosió un par de veces. ¿Quizás así ella notara su presencia del otro lado de la puerta? No tuvo ningún efecto. Nada parecía tenerlo.

Era la una y media. ¿Y si ella no abría la puerta? Ahora empezaba a atormentarlo la incertidumbre.

A las dos menos veinte comenzó a invadirlo la desesperanza.

Dos menos cuarto decidió irse, pero no pudo. Todavía no podía despegarse de esa puerta. No quería irse y perderla.

Dos menos diez golpeó por última vez. Pegó, una vez más, la oreja contra la madera. El silencio fue ensordecedor. Se dio media vuelta, caminó rumbo al auto y se fue.

***

Al mediodía siguiente, cuando Diego despertó, se sorprendió de no encontrarse con la programación habitual en la televisión... Esa noche había comenzado el horario de verano.

Comentarios

Vicky dijo…
Me re atrapaste con tu historia. La lei super atenta. Me encanto. Es horrible esa sensacion de incertidumbre a medida pasa el tiempo, y tambien una se siente media tonta, y se encuentra preguntandose ¿Como fue que creiste que iba a venir? Era obvio que no!. Nos bajoneamos mucho. Y decimos LO ODIO, cuando toque timbre le voy a hacer esperar la misma cantidad de tiempo que me hizo esperar el, lo voy a hacer sufrir, o todas esas estupideces.. cuando llega corremos a sus brazos. Es asi.
Peter Parker dijo…
¡Qué buena historia!, no podía para de leerla. Estoy seguro de que a alguien le debe haber pasado algo similar con los famosos cambios de horario.

Un abrazo y gracias por la historia.

P.D.: Como dijo Alberto, "el tiempo es relativo".
Martín dijo…
Vicky: me alegro que te haya atrapado y gustado =)

Tal cual lo que decís. Pasa para los dos lados. En el fondo, lo que queremos es que nos quieran...

Peter: ¡qué bueno tenerte por estos lados! Me alegro de haber causado ese efecto de no dejar escapar al lector, jaja.

Lo de los cambios de horario, me consta que le pasó a alguna gente (que no puse como referencia, porque los detalles de esta historia, son inventados por mí).

Abrazo.
andal13 dijo…
Ah, qué bueno, Martín!
Sólo por eso te perdono el nudo que tengo en el estómago.
Me encantó el giro final (porque no me pasó a mí, claro!)
Ya me imaginaba al Nano Folle haciendo la crónica de la muerte del chico...
Martín dijo…
Andrea: =)

Es gracioso, porque no le pasa a uno.

No sos la primera que me dice que esperaba que estuviera muerto el muchacho. "Por esa puerta, pasó el ladrón. Nadie lo vio. Le disparó al muchacho. Una desgracia." :P
andal13 dijo…
Sí, sí, esperaba una crónica de sangre, pero por suerte lo resolviste muchísimo mejor que eso!
Peter Parker dijo…
"Por esa puerta, pasó el ladrón. Nadie lo vio. Le disparó al muchacho. Una desgracia."

¿Pero qué están contando, la muerte de mi tío Ben? Stan®
Molly dijo…
Mi respuesta inmediata fue "(inhalo rápido) ay noooooo (suspiro) (sonrisa)"

Tremenda historia.


Yo también me esperaba la muerte del muchachito, obviamente por apurarse para llegar a la 1 a la puerta de la chica... y estamparse contra un 300.
Martín dijo…
Molly: =)

Me alegro que te haya gustado la historia.

Prometo darme una vuelta por tu blog, ni bien encuentre 15 minutos de paz.

Gracias por pasar!!!
Wicked dijo…
Vengo redireccionado del blog de Molly, y tenía que pasar por aca a firmar esto porque me encantó.
Excelente.

Saludos
Martín dijo…
Wicked: Muchas gracias! Me alegro que Molly se lo haya llevado, entonces.

Saludos!

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