Satisfacción
Llegó cansado. Abrió la puerta que daba a la cocina, encendió la luz y se movió en silencio durante unos segundos, como tratando de no interrumpir la paz de la casa. Era uno de esos momentos en los que el silencio tiene una carga especial, casi que se lo puede escuchar.
Se apoyó contra la mesada, tomó un respiro y se dispuso a limpiarse.
Abrió la canilla de la pileta, y dejó que el agua le corriera por las manos. Se sentía muy agradable.
Meditó unos segundos acerca de qué hacer. La tentación de ir, directamente a acostarse en su cama, era muy fuerte, pero sabía que no debía hacerlo. No, sólo lavarse las manos, en las condiciones en las que se encontraba, no era buena idea.
Así como estaba, tierra y todo, se dirigió al cuarto de baño. Recién allí se sacó los zapatos (tendría que lavar el piso más tarde), que dejó a un lado, para después limpiarlos, y la ropa, que quizás debiera tirar. Por ahora, iba al canasto para la ropa sucia. Más adelante, vería.
El agua de la ducha salió con intensidad, con ese sonido tan familiar y disfrutable. Necesitaba ese baño para sentirse un hombre nuevo. Reguló desde afuera la temperatura ideal. Esta vez iba a ser lo más caliente que pudiera.
Cuando por fin se paró bajo la lluvia, sintió sus músculos relajarse, y recién entonces notó, por primera vez, el dolor. El esfuerzo lo había dejado agarrotado en los hombros, espalda, cuello y brazos. Sabía que en la mañana, todo eso le iba a doler más, mucho más.
Pero no importaba, en realidad. La tarea estaba hecha.
Sonrió. ¿Por qué no hacerlo? El placer lo embriagaba. El sentido de realización era todo.
Un hilo de sangre y barro corrió al resumidero. La tarea estaba hecha.
Comentarios
La historia se me ocurrió más clara, más concreta, pero después se fue despojando de detalles hasta que quedó así.
Ahora como que no da para aclarar, ¿no?
Está perfecto así.