Crítica: The Hateful Eight


El odio a flor de piel
 
A veces, cuando traducen el nombre de una película, cambian el sentido de las palabras en forma moderada. Otras veces, se opta por algo tan distinto, que nada tiene que ver con la idea original. Pero existe un caso (y aquí nos encontramos en presencia de éste) en el que se destruye la idea tratando de conservarla.
 
"Hateful" no es odiado, "hateful" es odioso (u odiosos). Y en esta película de Tarantino, el odio es algo que sienten los personajes, algo que los motiva y es motor de su accionar. Tan importante es esta aclaración, que remite a la esencia misma del relato que el director plantea.
 
"The Hateful Eight" es una película sobre el período de la reconstrucción, la post guerra civil que dividió al sur y norte, a esclavistas y abolicionistas y que no terminó, para nada, con el racismo en la sociedad.
 
Las tensiones raciales son texto, más que subtexto, y tiñen la mayoría de las interacciones entre los personajes. Tarantino utiliza el western no como la lucha clásica de buenos y malos (que, vale decirlo es la del viejo western clásico, pero fue relativizada con posterioridad en el género) sino como la expresión de un conflicto social latente.
 
Con ese punto de partida, arma una película de tensiones en aumento, que son como una versión larga de la cantina de "Inglourious Basterds" en la que esperamos que cuando se encienda la primera chispa, todo estalle en mil pedazos.
 
No vale la pena decir si eso ocurre o no, sólo resta señalar que se trata de un film bien logrado, muy bien actuado, con diálogos estupendos y que entretiene a pesar de ser por demás extenso. Quizás no esté a la altura de otras obras del autor, pero no carece de ideas ni deja de ser un Tarantino 100%.
 
Vale la pena.

[***1/2 *****]

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