Crítica: Little Miss Sunshine
Como dice la publicidad de Coca-Cola: “que levante la mano el que...” ya escuchó mil veces la historia de la familia disfuncional que aprende que todos son valiosos y el no ser perfectos es una de sus virtudes.
Ese cuento lo hemos escuchado hasta el hartazgo. Desde los Locos Addams en adelante, ya es parte de la cultura pop.
Por el otro lado, tenemos un elemento también muy visto: el de la comedia “indie” que fue un éxito comercial a pesar de tener un bajo perfil. La película independiente que triunfa en Sundance y luego se masifica. Como vemos, el argumento y el tipo de película nos acercan peligrosamente a un cliché.
Entonces nos preguntamos: ¿puede en serio aportar algo distinto, algo valioso?
Y resulta que sí. La historia es la de una familia que se embarca en un road trip hacia la costa oeste para acompañar a la niña pequeña a que participe en el concurso Little Miss Sunshine, en el que entra porque la campeona regional se encontró envuelta en un escándalo.
A ellos se une el hermano de la madre, un homosexual suicida, principal estudioso de Proust en América, interpretado por Steve Carrell. Quien no conoce a SC se está perdiendo a uno de los comediantes más geniales de los últimos tiempos. Su trabajo en la versión americana de The Office es genial, y en Over the Hedge, se roba todas las escenas como Hammy. Acá hace un trabajo fantástico, siendo como una especie de voz sensata e insensata a la vez, junto con el hijo de la familia, que no es voz, porque no habla (al menos hasta ¾ partes de la película, cuando se despacha con un FUUUCK!).
El padre (Greg Kinnear) es un fracasado que se gana la vida diciéndole a los demás cómo dejar de serlo. El abuelo es un hombre bastante particular. La madre (Toni Colette) parece ser la persona más “normal” del grupo.
Altamente recomendable.
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