En el baúl
Tuvo que empujar levemente la puerta para que cediera; el tiempo había conspirado para trancarle la entrada.
La luz del sol apenas se colaba por las ventanas, atravesando las cortinas cerradas y capas más capas de polvo. Aun así, no le resultó nada difícil navegar dentro del interior de la casa. Había algo simplemente instintivo en su desplazamiento dentro del recinto.
No se detuvo a explorar qué había debajo de las sábanas que daban apariencia fantasmal a lo que cubrían, seguramente mesas, sillas, sillones y vaya uno a saber qué más. Nada de eso le importaba.
Puso su mano sobre la baranda de la escalera y comenzó su ascenso, la madera de los escalones protestando al ser perturbada luego de tantos años.
El segundo piso ofrecía un poco más de luz. Los rayos oblicuos del sol se proyectaban en las partículas de polvo suspendidas en el aire.
Se dirigió con paso decidido al rincón más alejado de la escalera. Se agachó, y tirando hacia sí, corrió el pesado objeto y lo trajo a la luz.
Bajo la sábana protectora, el baúl se conservaba tal cual lo recordaba. Su color, su textura, su aroma, todos remitiéndole al pasado.
Traía consigo la llave.
La cerradura se resistió un poco al principio, pero solo por un instante.
Las cartas estaban todas en sus sobres originales, los cortes casi invisibles. No pensaba leerlas, no era ese el plan, pero tomarlas en sus manos le provocó una ansiedad inesperada, una necesidad nueva y poderosa.
Abrió la primera carta y se perdió en un mar de recuerdos, en una interminable serie de expresiones, palabras y cadencias, que le eran tan perfectamente familiares, que repercutían en lugares de la memoria que ni siquiera sabía que existían. Le hacían sonreír. También llorar.
Se preguntó cómo era posible que el pasado fuera tan vívido, tan presente, siendo tan lejano, y se preguntó qué hacer con él. Lo único que sabía es que no podía quedar allí. La casa quizás ya no sería más de su propiedad, pero su pasado sí lo era. Suyo, y no de quienes vinieran detrás. Algunas cosas simplemente no son compartibles.
"¿Nos vende la casa con todo, entonces?", le preguntó una vez más, para confirmar, el comprador.
"Sí, con todo. Está tal cual como cuando yo vivía", le dijo.
Mentía. Se había llevado lo más importante que tenía. Le había sustraído el alma.
Comentarios
Con el alma -y la pluma- intactas.