Castillo de arena

El problema de construir castillos de arena en la playa es que, indefectiblemente, desaparecen, la marea se los lleva, barre con ellos hasta que no quedan rastros en la playa.

Pero quedan huellas en el constructor. Porque la marea, que todo diluye, no borra la memoria.

Allí estuve, lo recuerdo, todavía siento el sol en la piel, el calor, la alegría. Allí estuve, y el rugir de las olas y el olor a sal del mar, calan hondo en mi ser.

Y me paro donde estuve aquella vez, y no veo nada, pero veo todo. El castillo no está más, pero no me engaña su ausencia. Los pobres transeúntes quizás no puedan adivinar su pasada existencia, pero para mí es tan real como el teclado en el que escribo.

El tiempo se vuelve una construcción mental, cuando me doy cuenta que el pasado vive, y los caprichos de Cronos me son indiferentes.

Cada detalle de la arquitectura de ese gran proyecto, cada centímetro de esa muralla frágil, desaparecida y eterna, vive en mí.

La marea, que se lleve lo que quiera. Que los nuevos niños construyan sus castillos, que se excave y rellene, que se hagan picnics y se asienten reposeras.

Nada de eso importa.

El castillo seguirá estando allí por siempre. Es efímero, pero eterno. Existe en ese punto del espacio-tiempo, que no desaparecerá, mientras no desaparezca yo.

Comentarios

Vicky dijo…
Está bueno revivir los recuerdos, pero no hay que vivir de ellos.
Martín dijo…
Vicky: totalmente, como los sueños.

Ya lo dijo J.K.: "It does not do to dwell on dreams, and forget to live". =)

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