Crítica: Comer Rezar Amar
La sonrisa de J.R.
¿Qué tiene Julia Roberts? Tiene magia, tiene hechizo, ¿pero dónde es que lo tiene? Ah, sí, en la sonrisa. Esa sonrisa que parece que pudiese aliviar todos los males. Es su arma más potente, y con ella logra contagiar al espectador de una genuina sensación de felicidad.
"Comer, rezar, amar" se sostiene en ella, en esa capacidad de hacernos sentir con su protagonista. En eso y en una edición interesante, una linda estética y una buena musicalización. Porque lo que es la historia...
¿Qué se puede decir de una protagonista que sufre y se va un año por el mundo para encontrarse a sí misma? Un año sin trabajar, disfrutando la mejor cocina italiana, paseando por aquí y por allá. Así parece fácil encontrarse. Admito que me sedujo el "dolce far niente", pero, ¿a quién no?
Es demasiado previsible todo, y hasta un poco hipócrita (viaja un año por el mundo para encontrar su propia paz... o era tan interior que la podía encontrar en su casa, o tan necesario el viaje, que los pobres tercermundistas de clase media, estamos condenados a la infelicidad).
La filosofía es bastante liviana, con frases trilladas e ideas nada innovadoras. A pesar de esto, la película se disfruta. Y ello es, una vez más, porque Julia tiene ese ángel propio, que ayuda a acercarnos a su dolor, y a su felicidad.
La película se divide en tres partes principales (Italia, India y Bali) de las cuales sólo la primera es realmente sólida y vale la pena. La historia que transcurre en India está lleno de filosofía barata, y la de Bali está llena de ñoñería y previsible romance.
Una historia pobre, con un guión regular, que sobrevive gracias a las habilidades del musicalizador, el director de fotografía, el editor, y a la Roberts, que todavía tiene sonrisas para repartir.
Mas disfrutable que buena.
[**1/2 / *****]
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