Sarandí 428
Su amiga lo llamó para contarle. Estaba por pasar. Cinco, diez minutos como mucho.
Se levantó de un salto, y pasó frente a su jefe como una ráfaga, mientras le decía "¡Salgo!". Ya habría tiempo de arreglar los asuntos laborales.
Llegó a la puerta del edificio, y calculó rápidamente, el camino más corto. Por suerte, trabajaba en la misma Ciudad Vieja, y creía que, si no mediaba inconveniente, probablemente llegara a tiempo para detener la catástrofe.
Empezó a correr, correr como probablemente nunca antes hubiera corrido; la corbata ondeando tras de sí, como veleta. En esa carrera le iba la vida, el futuro.
Tuvo que tener especial cuidado con una vieja que paseaba su carro de feria (casi se la lleva puesta), y bajó a la calle para poder avanzar más rápido.
"No puede casarse con él. ¡Yo la amo, siempre la amé; yo soy quien ella necesita!", pensaba, y especulaba sobre lo que diría al entrar a la sala.
"Yo te conozco más que nadie. Contigo fui el hombre más feliz del mundo. Quiero pasar la vida entera a tu lado, y sé que vos también lo querés". Quizás sonaba un poco cursi...
Modificaba su discurso grandilocuente, mientras corría a más no poder por la peatonal rumbo al registro.
Sus zapatos repiqueteaban en las baldosas, haciendo que la gente se fuera abriendo a su paso. Todo se configuraba para que él pudiera llegar, para rescatarla de las garras de ese infeliz que no era bueno para ella, no como él podía serlo.
Ya estaba en la esquina, y ya tenía el discurso preparado. Iba a ser su gran momento, un momento de película. Se convertiría en el héroe de su amada, que permanecería a su lado para siempre.
Sólo unos metros más...
*****
Quince minutos después, cuando ella salió del registro de la mano de su flamante esposo, lo hizo por la puerta de atrás. Se lo había solicitado el personal de allí. Ni pensó en preguntar por qué. Su felicidad era tal, que los detalles eran insignificantes. Estaba con el hombre correcto, lo sentía.
No vio el informativo esa noche. Estaba sacándose fotos con el vestido de la iglesia. De lo contrario, quizás habría visto las imágenes exclusivas de canal 4. Un charco de sangre le rodeaba la cabeza al muchacho, mientras el locutor, con su voz en tono trágico, relataba cómo esa mañana, el joven había encontrado la muerte, resbalando con el arroz arrojado a las puertas del registro.
Comentarios
Mirá vos con qué tiñen el arroz que venden en la puerta del Registro...
(¡Puaj, me fui a la m***** con el morbo!)
Qué feo que es resbalarse con arroz, que nunca les pase... y menos en la situación del muchacho este.
Lindo texto.
El arroz lo tenía a mal traer, claramente... :P
¡Gracias por pasar y comentar!
Andrea: Jaja. Son tinturas naturales las del arroz (que te lo cobran a precio oro, vale decir).
Molly: muchas veces van juntos, sí.
Nunca me resbalé con arroz, y esperemos seguir así. La situación del muchacho... mejor no digo nada :P
Me alegro que te haya gustado.
:-(