Un caso (casi) real

Juan venía caminando por una calle de Montevideo. Llevaba colgada del hombro su laptop de 1500 dólares, nuevita, llena de datos importantes para su trabajo.

De pronto, casi de la nada, surge un sujeto. El mismo rápidamente y con unos movimientos casi coreográficos se apodera del bolso de Juan y comienza a correr.

Juan lo sigue. Se da cuenta que al final de la cuadra hay un policía en la vereda, entonces empieza a gritar pidiendo auxilio, que detengan al ladrón. Pero el ladrón pasa a unos dos metros del policía, sin éste siquiera inmutarse. Cruza la calle y Juan lo pierde de vista.

Indignado, Juan vuelve sobre sus pasos y se acerca al policía, que sigue ahí, inmutable.

Policía: Buenos días, caballero. ¿En qué lo puedo ayudar?

Juan: ¿Me está tomando el pelo?

Policía: No señor, de ninguna manera.

Juan: ¿No vio al sujeto que pasó corriendo por acá hace 30 segundos?

Policía: Sí señor.

Juan: ¿No escuchó que yo gritaba que era un ladrón, que me había robado la computadora?

Policía: Sí señor.

Juan: ¿Entonces?

Policía: No comprendo qué es lo que quiere que le diga.

Juan: ¡Lo que quiero que me diga es por qué no lo detuvo!

Policía: Es la nueva política del ministerio.

Juan: ¿Cómo?

Policía: La nueva política del ministerio del interior.

Juan: No entiendo. ¿Qué quiere decir eso?

Policía: Supongamos por un momento que yo hubiese perseguido al ladrón. Si lo hubiese detenido, probablemente se hubiera resistido. En el forcejeo podría haberse lesionado. Es claro que el mal menor acá es que usted pierda la computadora, y el mal mayor es que alguien se vea herido o lesionado.

Juan: ¡Me estás jodiendo!

Policía: De ninguna manera, señor. Es la política del mal menor.

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